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Llegada a Canales de Molina

Salida de Canales de Molina

Canales de Molina

Altitud: 1.158,8 m.

Censo Habitantes: 60

Distancia de la capital: 124 Km.

El lugar y sus gentes

La fuente, ahora medio escondida, que hay al lado de la carretera, arroja un chorro de agua intenso, como en los mejores tiempos. Con el alzado de la carretera la fuente se ha quedado semioculta entre la maleza que se cría por la cuneta.

Canales de Molina es uno de esos tres o cuatro pueblecitos que quedan a mano izquierda del camino cuando se viaja desde Alcolea del Pinar hasta la capital del Señorío; los otros son Aragoncillo, Herrería y Rillo de Gallo. El pueblo de Canales queda en el alto; tan sólo algunas de las viviendas de extramuros se alcanzan a ver desde abajo, aparte de una casa o dos que hay descolgadas junto a la carretera a la altura de los huertos. Canales, por su situación, es uno de esos pueblos que pueden pasar desapercibidos a la vista del viajero, si no se presta al circular a su altura la atención debida. Estamos en plena sexma del Sabinar. Un ramalillo estrecho de asfalto, a mano izquierda, nos ha de subir hasta el pueblo. En la ladera son todo aliagas y sabinas durante el ascenso. La tierra es pedregosa, fresca, improductiva para los trabajos reglados de los agricultores. Sólo las especies ya dichas y algún que otro tomillo se dan en la vertiente con profusión. Más arriba, en los altos que llaman el Mojón de Herrería, por encontrarse más o menos allí el límite entre los dos pueblos, puede darse el pino de la repoblación. Ya, casi en la misma entrada del pueblo, al término de la cuesta, hay un almacén enorme, de estructura metálica muy brillante y con la forma de un perfecto medio cilindro. Se ve cómo las nuevas maneras están conquistando terreno, incluso en el medio rural.

Arriba, al tibio sol de la mañana, hay un señor limpiando unos puñados de lentejas en un esportillo. Otro, el señor Felipe, hombre duro de oído, pero conversador y complaciente, pasa el rato apoyado sobre el barandal de hierro de la plazuela mirando al campo. Cuenta el interlocutor que en el pueblo son cuatro de ellos en total los vecinos, y que no tienen ni un poco de bar siquiera en donde distraerse; que el pueblo está muerto, y más que se tendrá que morir cuando los cuatro que son se vayan al otro mundo. Hay otro hombre junto a él mirando desde el barandal de hierro hacia los bajos de la carretera, pero éste no habla, va vestido con un extraño equipamiento militar de los de campaña y dice que es forastero.

Calle arriba se llega enseguida al solitario pórtico de la iglesia. La puerta está cerrada. La espadaña se alza mirando a las puestas del sol. Se adorna el campanario con bolones de piedra y pequeños monolitos en forma de pirámide. Un gato blanco está subido sobre el tronco en cruz de una acacia desmochada. En Canales celebran como fiesta mayor la de San Antonio, trasladada al mes de agosto desde los primeros días de junio en los que fue antes. Me explicó el señor Felipe que porque les venía mejor a los que vienen de fuera.

El pueblo ofrece una sugestiva visión hacia los campos desde las peñas encrespadas de las eras, arriba, junto a la Cruz de Palo. Desde allí se dominan al pie los dos valles que se pierden en la lejanía, el de Valdecanales y el de los Navarejos, uno al Norte y otro al Noroeste con dirección al pinar. Al fondo, campo arriba, escondida en una covacha entre los pinos que sólo los del pueblo saben de su paradero, está la que allí dicen la Peña del Moro y que los demás conocemos por la Peña Escrita. Son interesantes y curiosos los dibujos y los signos grabados sobre la superficie, que hasta el momento nadie ha sabido descifrar, ni señalar siquiera su origen con precisión digna de crédito. Cuentan que la verdadera Peña Escrita la destrozaron hace algunos años las máquinas, cuando tuvieron que ensanchar el camino que sube hacia los pinos.

Al pie de las peñas, con las últimas casas del pueblo atrás y las vegas por delante, se cierra el pequeño cementerio solitario en plena umbría, con los cuatro muros que lo entornan, sus cruces y un robusto ciprés plantado en su mismo centro. La visión casual de estos mínimos camposantos, perdidos tantas veces en la ladera fragosa de cualquier montículo a espaldas del lugar, resulta casi siempre como un encuentro forzado con el que no se contaba, y resuena como un aldabonazo que hace estremecer los rincones del alma, como una llamada a la piedad y al sosiego, que al paso arrebatado de los días en este mundo ciego de la velocidad y de los tantos por ciento, solemos tener echado al olvido.

Las casas más nuevas del pueblo, que durante los fines de semana y los meses de vacación suelen estar ocupadas por los veraneantes, se ven todas ellas cerradas a cal y canto en puertas y ventanas. Las otras, las antiguas, las que habitan los contados pobladores de Canales, hablan de vida, pero también de silencio y de resignación por las cuatro o seis columnas de humo que, al mismo tiempo, salen de las chimeneas en la vertiente, rectas como velas.

La Historia

Sobre la historia de Canales de Molina, muy pocos aconteceres cabe reseñar, pues fue siempre una pequeña aldea del Común molinés, cuyas gentes sencillas se dedicaron a la ganadería y a la explotación forestal. Le ha dado vida y renombre, especialmente en los últimos años, la historia de su “Peña Escrita” y la leyenda que ha rodeado y explicado los nebulosos orígenes de este elemento, perdido en medio de su grandioso pinar. Al ser estudiada y revelada como un elemento del arte inciso neolítico, es de suponer que en esa época, un millar de años antes de Cristo, estuviera ya la zona bastante poblada.

El patrimonio

En el pueblo destaca su iglesia parroquial, muy sencilla obra de construcción relativamente reciente, pues la espadaña demuestra ser obra del siglo XVII, lo mismo que el resto de sus muros. En el interior, algunos retablos de tipo barroco popular, sin interés especial.

En el término boscoso de Canales existen ciertos aspectos que merecen una excursión detenida. Por una parte, lo que llaman los Castillos, que vienen a ser unas notables ruinas de torres vigías, o atalayas puestas en los primeros tiempos de la repoblación, allá por el siglo XII, para vigilar uno de los pasos que, a espaldas de la sierra de Aragoncillo, permitía el acceso desde Aragón hasta la capital del Señorío.

Por otra, la llamada Peña Escrita, situada en una vaguada del pinar, a donde hay que acudir con algún guía del pueblo, pues de lo contrario es imposible de hallar. Aparece un gran roquedal liso en cuya altura se ve tallada una enorme figura antropomórfica, sólo visible cómoda y claramente desde el aire. Y debajo, como en un cobertizo rocoso natural, otra roca sobre la que se ven tallados múltiples signos extraños, que pueden ser interpretados de muchas maneras: estilizaciones cruciformes, huellas de animales o piezas de naves extraterrestres. Las incisiones son, por supuesto, muy antiguas, probablemente neolíticas, y la leyenda que rodea el lugar es muy curiosa, pues dicen los aldeanos que allí estuvo mucho tiempo escondida, prisionera, una princesa mora, y que la guardaba un enorme dragón que desprendia fuego y luces refulgentes de sus ojos y narices. También dicen que hay allí escondido un tesoro enorme. Son explicaciones populares y deformadas por la tradición de lo que podría haber sido lugar de choque de culturas y civilizaciones. En todo caso, merece un viaje, y una visita.

http://molina-aragon.com/index.php/turismo/pueblos/pueblos-c/canales-de-molina/

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